El espejismo de las identidades: nuevas batallas, viejas explotaciones.

Artículo de Juana Peragón Roca, del Espacio Feminista. USTEA Cádiz


Lamento comenzar este artículo hablando del elefante blanco en medio del salón, pero fingir que no lo vemos o que más tarde lo gestionaremos porque ahora mismo no estorba, no va a beneficiar precisamente a nuestra causa común feminista, que entiendo como el fin de las discriminaciones y explotaciones por motivos de sexo o género:

El hasta hace muy poco potente e influyente movimiento feminista de nuestro país se encuentra gravemente dividido y desalentado. Las mujeres españolas andábamos orgullosas de ver cómo nos habíamos erigido en ejemplo de fuerza feminista y coherencia en todo el mundo gracias a que habíamos conseguido generar un consenso formidable en torno a casos mediáticos como el de la Manada, consenso que auguraba un impulso decisivo para el avance real en igualdad de oportunidades y la reducción de brechas estructurales y en el que la hegemonía -al menos por unos meses- la detentaron organizaciones autogestionadas y plurales de base de mujeres, en cuyas asambleas era posible ver participando y trabajando codo con codo tanto a feministas radicales como interseccionales, a mujeres que provenían del feminismo institucional, de sindicatos, de colegios profesionales o que venían directamente de su hogar y de su experiencia de discriminación cotidiana, chicas de 17 años y experimentadas activistas de más de 60, todas sintiendo que era el momento de actualizar leyes y de reclamar políticas que acabaran con las brechas y marginaciones que las afectaban y de las que reconocían ser conscientes gracias al feminismo. Todas a una, por encima de las lógicas reticencias que nuestro origen diverso ponía, aplicadas en la tarea de remover tradiciones, percepciones, instituciones y estructuras patriarcales tan injustas, tan arraigadas y respetables en nuestro país aún a principios del siglo XXI, donde las estadísticas desagregadas sobre paro, vocaciones laborales, horas de trabajo doméstico en el hogar en parejas heterosexuales, ocupación por sexos de las cúpulas de empresas e instituciones, cifras de violencia machista, etc., siguen informando impertérritamente de lo lejos que estamos aún de una sociedad que ofrezca igualdad de oportunidades y libertades más allá del sexo biológico con el que se haya nacido. Esta cuarta ola del feminismo español irrumpía refrescante, vigorosa, esperanzadora y alcanzaba a todo el territorio, incluso a las provincias periféricas o de la España vaciada donde feministas que llevábamos más de veinte y treinta años haciendo activismo veíamos cómo por primera vez nuestras ruedas de prensa, tradicionalmente sin atractivo para los medios, se llenaban en cada convocatoria… Demasiado hermoso para ser real, o, tal vez, demasiado frágil… en cualquier caso, demasiado insoportable aún para nuestra sociedad.

Apenas tres años después del momento “dulce” que supuso la preparación de la primera convocatoria de huelga feminista del 8M 2018, el movimiento feminista de base en el estado español se encuentra no solo dividido, sino enfrentado en torno a una cuestión, la de las identidades bajo la que se solapan otras muchas y también intereses espurios y partidistas, cuestión recurrente desde que el posmodernismo privilegiara la búsqueda y redefinición del “sujeto político” y el individualismo en todos sus análisis, algo que en el posfeminismo tuvo sus consecuencias en la aparición de la teoría queer y la búsqueda de un nuevo sujeto para el feminismo, tarea que llevaba aparejada una reformulación de identidades y roles sexuales y genéricos. (Con el resultado, por cierto, de que en las últimas décadas se están generando en todos los campos sujetos a tal velocidad, que probablemente no seamos capaces de proveer a cada uno de ellos de su correspondiente predicado).

El hecho es que el sujeto mujer, o la identidad femenina, se presentaban como espacio ideal para las especulaciones posmodernas: tradicionalmente, la mujer ha sido el objeto, lo otro pasivo ajeno al sujeto por excelencia, el varón dueño del discurso, un fantasma susceptible de ser definido por una cualidad y la contraria, según la conveniencia y el estado de ánimo del anunciante, un cliché esencializado que incluso cuando comienza su penosa andadura civil a partir de la Revolución Francesa y la Declaración Universal de los Derechos Humanos se encuentra con mil y una tretas del patriarcado (explicitadas y denunciadas por cada una de las oleadas feministas) que se afanan por mantenerla en su condición de objeto o, en todo caso, de sujeto subsidiario…; o sea, una página casi en blanco que invita al trabajo especulativo, un campo de disputa apropiado para desatar en él una de las más feroces batallas por la identidad de las que se libran en nuestra época.

Porque a eso asistimos en este momento dentro del movimiento feminista: a una batalla encarnizada por definir e imponer cuál debe ser el sujeto del feminismo, que es tanto como establecer de quién y de qué debe ocuparse y hacia dónde debe orientar sus esfuerzos uno de los movimientos sociales más fuertes a nivel planetario, lo que no es un asunto sin importancia desde luego.

Sin duda, parece que el sujeto mujer se encuentra aún en pleno proceso de formación, que los estereotipos y esencialismos que nos definían tradicionalmente están mutando, y en ciertos aspectos incluso implosionando, y que “lo mujer” ofrece un cobijo idóneo para la experimentación de nuevas identidades en una época en la que desde el neoliberalismo positivista e individualista precisamente se alienta y empuja en esa dirección (curiosamente, en el terreno de lo masculino vemos en cambio que el proceso correspondiente va más atrasado, puesto que las “nuevas masculinidades” apenas si constituyen un tímido reformismo a nivel personal por parte de varones empáticos con las discriminaciones históricas de las mujeres, mientras que el movimiento gay, que tiene su sujeto y su hoja de ruta nítidamente trazada desde hace mucho tiempo, se aplica a continuar demandando leyes y reformas que les den respaldo civil, basándose la mayoría de las veces en la replicación o adaptación de estructuras y modelos patriarcales y hetero clásicos ya experimentados -como el matrimonio y la familia tradicional- a las características de su identidad sexual).

La reformulación de “lo mujer”, necesaria y que hay que abordar, debería ser resultado de un proceso de construcción de una nueva identidad pública y privada para la mujer del siglo XXI, a partir de la construcción de unas condiciones de vida diferentes, y no al revés, que la proposición de nuevas identidades, y más en fase experimental, sean las que generen procesos ”ad hoc” con el propósito de hacerles un hueco en la sociedad, sin remover las viejas estructuras y sus opresiones históricas en las que subsisten las identidades tradicionales, sino con un simple proceso de reacomodación.

La construcción de la nueva identidad que el feminismo persigue para la mujer, o para lo conceptualizable como femenino, debe ir más allá de las posibilidades que ofrecen los avances biotecnológicos y de la permisividad que las sociedades de consumo otorgan a los individuos para experimentar con su apariencia externa, si queremos que no se quede todo otra vez en una simple operación estética puntual efectuada sobre viejos clichés y preservando la misma funcionalidad patriarcal.

El movimiento feminista debe permanecer alerta para que este proceso de reconceptualización de lo femenino no sea otra vez patrocinado, dirigido y realizado desde y por el patriarcado, sino que por primera vez en la historia de la humanidad, seamos las propias mujeres las que construyamos nuestra autodefinición, diseñemos los roles que estamos dispuestas a asumir, y decidamos las funciones que podemos desempeñar en la esfera pública y en la privada. Apropiarse del proceso de construcción de una identidad femenina que nos resulte plena implica cuestionar asuntos capitales, como la naturaleza y funcionamiento de la familia nuclear tradicional, o como la responsabilidad común estatal sobre los cuidados y sobre la prioritaria tarea de sostener la reproducción de la especie, que conlleva un cambio de paradigma económico y de consumo. En no menos medida, requiere también una mirada universal y solidaria, para no caer en el viejo error de considerar que las excepciones que escapan del parámetro al uso gracias a circunstancias privilegiadas, incluso a la pura casualidad, constituyen modelos de nada. Y, por supuesto, conlleva desactivar y sacudirnos de encima los mecanismos de explotación y autosubyugación de las mujeres que el patriarcado ha desarrollado históricamente para ponernos al servicio del funcionamiento exitoso de sus sucesivos sistemas económicos, como apoyo necesario para el protagonista varón, sin librarnos de ejercer nuestra función de responsables de la perpetuación de la especie.

Repito que es como consecuencia de este proceso, que cuestiona sistemas de producción y de reproducción, formas de socialización públicas y privadas,cuando surgirá la sujeto mujer, o la identidad femenina, que anhela el feminismo. Y, a la fuerza, también una nueva identidad masculina.

En esta coyuntura crítica, donde todo el movimiento feminista debería hacer piña para que no le sea arrebatada de nuevo la dirección de este proceso, y para encaminarlo en la dirección que nos interesa a las mujeres, observamos cómo el centro de la lucha se desplaza de las condiciones materiales -y aun no resueltas- que deben alumbrar al nuevo sujeto mujer, hacia los planteamientos que exigen que esta reformulación de lo mujer, o de la identidad femenina, se efectúe al margen de las aspiraciones del feminismo histórico, se centren en cuestiones formales y sexoafectivas y que, en definitiva, en una inversión gatopardista del proceso, se empiece por el producto final, obviando la lucha por el cambio de las estructuras capaces de generar y hacer viable dicho producto. Todo cambiará para que todo siga igual en el espejismo de las identidades creadas al gusto de la consumidora.

Y en esas estamos contendiendo entre nosotras, clásicas y posmodernas, caricaturizadas en una guerra de dimensiones marginales pero que nos ocupa todo el tiempo, guerra que reduce el feminismo a la cuestión por lo visto insoslayable pero inmatizable y definitiva de si luchas en el bando tránsfobo o en el tránsfilo y que, aunque larvada desde hace una década, ha estallado llena de incomprensión y odio mutuo a raíz de la proposición de la “ley trans”, que se pretende tramitar en 2021 y que apuesta por reconocer la libre determinación de la identidad sexual y de la expresión de género sin necesidad de los informes médicos y psicológicos que exigía la anterior ley en vigor de marzo de 2007.

En la “sociedad del rendimiento” (que describe el filósofo de moda Byung-Chul Han, La sociedad del cansancio, 2010) el sujeto emprendedor de sí mismo se ve alentado y respaldado en el proyecto de emprender una nueva identidad, donde -esta vez sí- va a darlo todo de sí, y como una huida (ilusoria) de los problemas que padece con su identidad actual (como si las marginaciones sufridas por ejemplo, por cuestión de clase, a las que se encuentran fieramente adosadas las de género, fueran a desaparecer con un simple cambio de identidad). Por encima del bien general y solidario, la sociedad positiva del neoliberalismo confunde la autorrealización personal con el mandato de ser libre a toda costa, cifrado en dar rienda suelta a los impulsos desinhibidos del yo y a soltar en la medida de lo posible el lastre de lo común y las fidelidades. La tristeza se percibe como síntoma de fracaso, y la invitación a la huida, antes que a la permanencia y el empeño por cambiar lo que no gusta o se percibe como injusto, es constante.
Con este panorama, cabe la duda razonable de si la aparición de nuevos y sofisticados constructos genéricos serán el remedio a la sobrecarga de esencialismo que la identidad mujer ha tenido que soportar a lo largo de la historia. Si la aparición de otras clases de mujeres, o de una “mujer otra” con la que compartir cargas genéricas y discriminaciones ayudarán a la desaparición de esas cargas y discriminaciones, que es en definitiva el objetivo último del feminismo. Si la programación de la obsolescencia del sujeto mujer tradicional se está dirigiendo desde el interior del propio movimiento feminista o de nuevo se nos está arrebatando el proceso. Si esta batalla de las identidades a la que con furia y pasión, y con tanto empleo de energía, recursos y medios nos hemos lanzado las huestes feministas, no terminará siendo un espejismo más del patriarcado en el que perder un tiempo y unas energías preciosas en una ocasión fenomenal para avanzar en nuestros objetivos.

En cualquier caso, sería conveniente recordar que mientras las feministas nos desangramos en la batalla sororicida de las identidades (creo que olvidando que no es la madre de todas las batallas, y que ni siquiera la estamos dando en el campo adecuado) sigue circulando el siniestro autobús de Hazte oír con sus lemas “Los niños tienen pene, las niñas tienen vulva. Que no te engañen” o el amenazante “Si naces hombre, eres hombre. Si naces mujer, seguirás siéndolo”; sigue engrosando la cuenta de los feminicidios (83 según feminicidio.net en 2020 en España) y siguen avisando las encuestas que auguran un crecimiento sostenido a partidos políticos explícitamente misóginos e implícitamente fascistas. Los mismos que se frotan las manos y sonríen contemplando nuestras batallas.



url del artículo: https://issuu.com/confederacion_intersindical/docs/clarion_53/18

Este artículo se publicó en El Clarión nº 53 Especial 8 de marzo 2020 http://organizaciondemujeres.org/el-clarion-no-51-especial-8-de-marzo-de-2019/

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