El día quince de mayo de 1886 murió en Amherst (Massachussets) Emily Dickinson. Había nacido en esa misma localidad, el día diez de diciembre de 1830. Tenía cincuenta y cinco años y padecía una enfermedad renal conocida con el nombre de Enfermedad de Bright. Tras el funeral, que se celebró en la propia vivienda de la familia, su hermana Lavinia se encargó de que sus versos, ordenados en cuarenta y cuatro tomos de papeles cosidos de manera artesanal, fueran viendo la luz. Era el trabajo de toda una vida. Exactamente 1789 poemas. La mayor parte de ellos habían permanecido inéditos, ya que, durante la vida de la poeta más importante que ha dado la lengua inglesa, solo ocho de aquellos poemas habían sido publicados .
TEXTO: Rafael Calero (escritor y poeta). Artículos que se publican en lagigantadigital.es
Como decimos, toda la crítica literaria parece estar de acuerdo en que Emily Dickinson es la poeta más importante que ha dado los Estados Unidos. Ningún poeta posterior escapa a su influencia: de Hart Crane a Wallace Stevens, de Elizabeth Bishop a Sylvia Plath. Y Marianne Moore y Anne Sexton y Adrianne Rich y Denise Levertov y muchos, muchos más. Todos ellos han mamado de la poesía de Emily. Sus transgresiones rítmicas, sintácticas, temáticas han influido a la práctica totalidad de los poetas norteamericanos, hombres y mujeres, del este y del oeste, del norte y del sur, academicistas y vanguardistas, cultos y populares, blancos, negros, mestizos. Nadie puede decir que esté libre de su influencia. De una manera u otra, todos los poetas norteamericanos —y muchos de otros lugares, como Luis Cernuda, sin ir más lejos—, del siglo XX en adelante son hijos de Emily Dickinson (y de Walt Whitman, pero esa es otra historia).
Emily Dickinson fue una gran transgresora y probablemente sin siquiera proponérselo. A lo largo de su vida, se rebeló contra muchas cosas que no le gustaban. La primera gran rebelión que tuvo lugar en su vida fue cuando asistía a la escuela Mount Holyoke Seminar, entre 1847 y 1848. Como sostiene la profesora y directora de la revista Women’s Studies, Wendy Martin, allí rechazó plenamente la idea tradicional “de un Dios todopoderoso que exigía su alma.”. Esto, que ahora nos puede parecer una tontería, jugó un papel determinante en su vida y en su obra. Desde ese momento defendió con uñas y dientes su autonomía espiritual, aunque eso no la convirtiera en la mujer más popular de la fiesta.
La segunda gran transgresión de su vida tuvo como objeto a su padre, un hombre conservador y pegado a las tradiciones, con un carácter tiránico, casi intratable. Y aun así, ella se enfrentó al padre. En la época de Emily no se consideraba correcto que las mujeres anduvieran enredadas en libros y versos. Estaba muy extendida la idea de que, si una mujer realizaba un gran esfuerzo intelectual, aquello repercutiría muy negativamente en su salud. Y en su capacidad de reproducción. Ella se quejaba amargamente de la contradicción que suponía que su padre le regalara libros que luego no le permitía leer. Según él, para que no enfermara. Cosas del patriarcado. Pero su fuerza de voluntad era inquebrantable y esa batalla también la ganó. Consiguió lo que más quería. Tiempo y un lugar para escribir (la famosa “habitación propia” de la que tan certeramente habló Virginia Woolf). Desde las tres de la mañana hasta las doce de mediodía escribía sin descanso. Las “horas matutinas”, las denominaba ella. También se ganó el derecho a entrar y salir de la biblioteca paterna cuando le viniera en gana. Algo absolutamente impensable en la época.
“Emily Dickinson fue una gran transgresora y probablemente sin siquiera proponérselo”
La tercera rebelión tiene que ver con la poesía. Se enfrentó abiertamente a las reglas poéticas imperantes en la poesía americana de su tiempo. Fue capaz de crear un estilo absolutamente personal y de escribir una poesía de un tono tan experimental que ni siquiera hoy, ciento treinta y dos años después de su muerte, se ha superado totalmente. Para Emily la poesía era lo más importante de todas las cosas que la vida podía ofrecerle, y en su compromiso con la palabra poética no había la más mínima fisura. Su definición de poesía, no deja lugar a dudas:
Si leo un libro y enfría de tal modo mi cuerpo que no hay fuego capaz de calentarme sé que eso es poesía. Si siento físicamente como si me levantaran la parte de arriba de la cabeza, sé que eso es poesía. Éstos son los únicos modos de saberlo. Existe acaso algún otro modo.
Patricia Lee Smith vino al mundo el 30 de diciembre de 1946, en la fría ciuda
Las experimentaciones sintácticas de Emily, que a priori parecen una ruptura extravagante de las normas imperantes, son, en realidad, como explica la profesora Martin, adaptaciones de reglas latinas definidas en un libro que la propia autora había usado cuando era estudiante: A Grammar for the Latin Language: For the Use of Schools and Colleges. Tan simple como eso: aplicar las reglas sintácticas latinas a la lengua inglesa.
Emily Dickinson leía con avidez. Conocía perfectamente la Biblia. Pero también las novelas de Dickens, las de las hermanas Brontë, las de George Eliot, las obras de Shakespeare, la poesía de Lord Byron, la de Shelley, Blake o Goethe. Y todo eso se refleja en sus propios versos.
Durante su vida, Emily solo publicó siete poemas: uno apareció en la revista de Nueva York The Round Table; cinco de ellos fueron publicados en el diario Springfield Republican y el séptimo fue incluido en la antología A Masque of Poets, junto a otras mujeres como Helen Hunt Jackson o Fanny Fern. El resto de su obra, hasta completar los 1789 poemas que forman su corpus poético, sólo vio la luz tras la muerte de la poeta, un caso absolutamente único en la historia de la literatura universal.
Wendy Martin piensa que Emily Dickinson es la figura fundamental “que marca el giro entre los puritanos y los modernos” y señala, entre los temas favoritos de la autora, la muerte y la devastación, la plenitud y el éxtasis. La muerte ocupa una gran parte del corpus poético dickinsiano. El novelista y profesor de Literatura Norteamericana de la Universidad de Granada, Manuel Villar Raso, que tradujo al castellano una selección de poemas de Emily Dickinson, me comentó en una ocasión el gran esfuerzo personal que le había supuesto sumergirse en aquellos poemas, tan tristes, tan íntimos, tan desesperados. El crítico Harold Bloom, que conoce perfectamente la obra de la autora y ha escrito muchísimo sobre ella, sostiene en su libro Genio, que “Dickinson es la maestra de todos los afectos negativos; la furia, la miseria erótica, el conocimiento muy íntimo del exilio de Dios de sí mismo”. Y añade: “En ella la pasión y la muerte se debaten y la muerte necesariamente gana”.
“Si la poeta rechazó con tanta vehemencia la publicación de su obra en vida fue porque era consciente de su modernidad”
Emily Dickinson permaneció soltera toda su vida. Eso no significa que no conociera el amor. Hubo más de un pretendiente, pero todos fueron rechazados. Siempre se ha hablado de su amor secreto, el “Maestro” del que ella hablaba en muchas de sus cartas. Una parte su la crítica piensa que ese hombre fue el reverendo Charles Wadsworth, pero esa opción parece haber quedado descartada. Hoy en día, los estudiosos de la vida y la obra de Dickinson se inclinan más por la figura de Samuel Bowles, casado con Mary, una gran amiga de Emily, y que dirigía el diario Springfield Republican. También se ha hablado en más de una ocasión de la más que posible relación de carácter lésbico que sostuvo con su cuñada Sue, la mujer de su hermano.
La obra poética de Emily Dickinson está completamente traducida al castellano. De todas las traducciones que existen, me gusta particularmente la que realizó el novelista Manuel Villar Raso, una antología titulada Crónica de plata, publicada por Hiperión en 2001, que reunía cuatrocientos veinticinco poemas en el orden cronológico en el que fueron escritos, lo que permite hacerse una visión de conjunto de toda la obra de la poeta. Aquellos poemas están traducidos con la pasión, la pericia y el buen hacer que el profesor Manuel Villar Raso ponía en sus traducciones. Un libro altamente recomendado.
“En la actualidad la figura de la poeta de Amherst ha transcendido el ámbito propio de la poesía”
Para mí, la poesía de Emily Dickinson es una de esas lecturas a las que regreso una y otra vez. Y nunca acabo de abarcarla en su totalidad. Me sorprende lo absolutamente moderna que es y a veces he pensado que si la poeta rechazó con tanta vehemencia la publicación de su obra en vida fue porque era consciente de su modernidad, de lo poco que encajaba en las poéticas dominantes en la época, y de que aquello, hasta cierto punto, la hacía sentirse incómoda con los poetas contemporáneos. Con cada lectura descubro nuevos matices, nuevos significados en los que no había reparado previamente, nuevos caminos que se extienden ante mí. En mi obra hay dos poemas dedicados a la poeta americana. El primero lo escribí a finales del siglo XX, se titula “Emily Dickinson” y está incluido en mi libro Desorden. El segundo es más reciente, del año, 2017, es un poema titulado “Soñé con Emily Dickinson” y está incluido en mi libro Cuando atraviesas el fuego lamiéndote los labios.
En la actualidad la figura de la poeta de Amherst ha transcendido el ámbito propio de la poesía. Se han escrito —y se siguen escribiendo— decenas de libros sobre su vida y su obra. En 2016 se estrenó una película biográfica que obtuvo un gran éxito mundial, Historia de una pasión, dirigida por Terence Davies e interpretada de manera magistral por Cynthia Nixon. Sus poemas siguen gozando del cariño de los lectores, son estudiados en las universidades de todo el mundo y traducidos a distintos idiomas. Y cientos de admiradores nos seguimos maravillando ante una obra inabarcable, que late de vida, tan simple y tan compleja, tan sincera y tan llena de secretos. Y que contiene versos tan hermosos como estos:
En el nombre de la Abeja—
Y de la Mariposa—
Y de la Brisa—
¡Amén!