Educar en igualdad (Artículo en La Opinión de Murcia)


Educar en igualdad

«Faltan medios, falta tiempo y falta formación. Es esencial que las y los docentes reciban una formación más específica para combatir nuestras propias prácticas machistas (el profesorado es también reflejo de su entorno) y para paliar las de las familias…»

Ángel L. Hernández  @Angel_L_Hern y Raúl Alguacil  @Raul_Alguacil

21.01.2017 | 00:02

Educar en igualdad es educar en el respeto. Todas y todos tenemos un papel determinante en esta tarea, y las y los docentes, en los centros educativos, más aún. Pero no podemos hacerlo solas/os, como agentes aislados. Alcanzar la igualdad requiere del esfuerzo e implicación de familias, instituciones, medios de comunicación, empresas y organizaciones. Para ello es necesario que germine una convicción individual, que se convertirá en social y viceversa, de que la igualdad entre mujeres y hombres es un imperativo consustancial a nuestra naturaleza, y que las diferencias de género están sustentadas en siglos de dominación, y en tradiciones y creencias que buscan perpetuar determinados roles para mantener el status de superioridad de hombres sobre mujeres.

Es verdad que se ha avanzado mucho, pero no es menos cierto que queda, todavía, muchísimo que hacer. Seguir avanzando en igualdad, y en educación para la igualdad, también necesita de buenos ejemplos. Es decir, con nuestros hechos y la expresión de nuestras opiniones construimos valores, que son los que sustentan nuestro modelo de convivencia. Y por supuesto, debemos exigir a quienes nos representan un plus de responsabilidad, así como a otras figuras públicas. Casos como el reciente del magistrado del Tribunal Supremo, que vinculaba violencia machista con superioridad física del hombre más un componente de ‘maldad’, restando importancia precisamente a la connotación violenta que posee el machismo, suponen un pésimo ejemplo y son un paso atrás en la construcción de la igualdad. Y también dice mucho de qué tipo de mentalidad es la que todavía está enquistada en instituciones que son relevantes y, como en el caso del Supremo, resultan cruciales para el arbitraje de nuestro modelo de convivencia.

Otro mal ejemplo lo constituye esa perversa plataforma que pretende ‘defenderse’ de las leyes de igualdad, pues detrás de ella existen organizaciones que poseen un ideario muy alejado de la igualdad que consagra nuestra Constitución y la Carta de Derechos Humanos. Algunas de esas organizaciones, encima, operan en el ámbito educativo, lo que es más grave aún. Habría que preguntarse, al respecto, si es lícito que esas organizaciones sigan percibiendo dinero, en forma de subvenciones y concesiones públicas, si proclaman una serie de postulados ideológicos que son tan opuestos a los principios y valores básicos que consagran nuestras leyes. Y también es más que dudoso que algunas instituciones públicas, que nos representan a todas y todos, hagan reconocimientos honoríficos a estas organizaciones; y que algunos de nuestros representantes políticos se muestren más solícitos con ellas que con la sociedad civil y los agentes sociales. Todo ello supone un obstáculo enorme a educar y construir igualdad, lo que hace que nos preguntemos si desde las instituciones y algunas de las personas que las representan existe el convencimiento de que mujeres y hombres somos iguales y que hay que cambiar muchas cosas para alcanzar esa igualdad.

Uno de los pilares fundamentales en este proceso de cambio, como no puede ser de otra manera, lo constituyen las propias mujeres. Las afectadas por la desigualdad generada por un modelo heteropatriarcal, y sus consecuencias, son punta de lanza en un proceso de cambio que requiere de concienciación y reacción. Y aquí también hay mucho que trabajar juntas, juntos. Romper determinados estereotipos y determinados modelos de conducta que, especialmente, se observan entre los/as más jóvenes y que son reproducidos en los medios de comunicación es fundamental. La publicidad, la industria de la música y de la televisión, siguen transmitiendo una imagen de la mujer que la identifica como a una cosa sexualizada, un trofeo para el deleite del espectador y consumidor varón que, además, es ejemplificada por la propia mujer.

En ese caldo de cultivo se inserta esa parte de la sociedad que se califica a sí misma como antifeminista, y que ataca sin pudor alguno a quienes denuncian el machismo, tildándolas de feminazis. Las redes sociales están repletas de insultos y amenazas gravísimas hacia mujeres por dicho motivo. Resulta curioso que buena parte de esos excesos provengan de un sector que se autoproclama políticamente como liberal; eso sí, recibiendo también la correspondiente subvención pública o deducción fiscal o social.

Y en este contexto se sitúan los centros educativos públicos. De los privados (incluidos los concertados) solo decirque aún hay centros que segregan por sexo y que son subvencionados, lo cual ya explica el cúmulo de cosas que se están haciendo rematadamente mal. Si a ello sumamos que la inmensa mayoría está inspirada en el credo católico y que de éstos existen muchos centros controlados por los sectores más radicales, significa que una parte de la sociedad está siendo adoctrinada para perpetuar determinados roles.

Un instituto de educación Secundaria es un buen reflejo de nuestra sociedad, donde además de reproducir modelos educativos del siglo XIX, también mantenemos un uso de los espacios poco integrador: debemos repensar los espacios, desterrando las pistas deportivas como eje central del lugar de convivencia que es el patio. Los centros de Secundaria son, además, un hábitat muy determinado por las hormonas y donde los hábitos adquiridos suelen ser más duraderos. En esta situación podría entenderse que la educación en igualdad debería jugar un papel fundamental, y debemos reconocer que la labor es enorme y trascendental, pues debemos abrir conciencias y mostrar a los chicos que algunos de sus ‘privilegios’ son fruto de la opresión de sus compañeras. Convencer de eso a adolescentes, caracterizados por el desarrollo de su autoafirmación y muy influenciados por los modelos de conducta que les muestran los medios de comunicación, es extremadamente difícil. No es menos difícil realizar el mismo trabajo a la inversa, con las chicas, para que adquieran una conciencia crítica de que algunos roles que ya han interiorizado son producto de unos valores que las han cosificado y que algunas de las conductas que ven como normales no lo son, sino que son impuestas por un modelo de dominación.

Ante esta colosal y desafiante tarea, los docentes nos encontramos desamparados. Es una situación en la que la administración educativa pasa de puntillas, con poco convencimiento. Es verdad que existe algún curso de formación ofrecido desde los centros de recursos al profesorado, pero el material suele estar desfasado y el ángulo de visión es individual. Pese a llevar años reclamándolo, aún no hemos sido capaces de incluir en los currículos la educación afectivo-sexual no sólo desde un punto de vista fisiológico, sino desde el punto de vista de las relaciones saludables, que destierren los mitos del amor romántico, que expliquen claramente la pirámide de la violencia, tan sutil en esas edades. De esta forma, las y los docentes acudimos más a materiales proporcionados por algunos sindicatos, que comprenden mejor la necesidad de la educación en igualdad como la creación de espacios libres de machismo de STERM.

El entorno que nos rodea para trabajar la educación para la igualdad es muy hostil; concursos televisivos y musicales con acento marcadamente machista son top en audiencia y arrasan entre la población adolescente. Y en ellos la mujer es un trofeo exhibido como una pieza de caza en la que el hombre, que aspira a ser un ganador, alardea de comportamientos de dominación falsamente entendidos como autoconfianza y masculinidad. A ello se le añade una buena carga de pretendido glamour y fama, fans y flashes, dinero y adulación facilona. No es, precisamente, un buen caldo de cultivo para la promoción de la cultura, del sentido crítico, o unos valores alejados del individualismo (egoísmo) exacerbado.

Los recursos con los que contamos para hacer frente a todo eso son muy escasos. Una hora semanal de tutoría. Fin. Es todo lo que hay para tratar éste y otros muchos temas, y es claramente insuficiente. A veces llegamos a algo más porque esa falta de medios se suple con la implicación desinteresada de algunas compañeras y compañeros, que le dedican su tiempo a algo que requiere de mucho esfuerzo, sobre todo cuando el docente cada día está más sobrecargado de trabajo a causa de altas ratios, el aumento de horas de trabajo y la creciente burocratización. Pero dichas acciones suelen ser aisladas, sin un plan que las integre en los centros, y no solo en el papel, sino en la práctica educativa diaria en todos los cursos y niveles.

Faltan medios, falta tiempo y falta formación. Es esencial que las y los docentes reciban una formación más específica para combatir nuestras propias prácticas machistas (el profesorado es también reflejo de su entorno) y para paliar las de las familias. Este punto es fundamental, pues existe una desconexión, salvo excepciones (gracias a la labor de los departamentos de orientación), para poder trabajar la igualdad con la parte más importante y donde se socializa principalmente nuestro alumnado. Es decir, la escuela debería poder ofrecer instrumentos reales y concretos para que las familias se impliquen eficazmente en este propósito. No podemos exigir a las familias que eduquen en igualdad si no les otorgamos los instrumentos necesarios, y menos si en los centros carecemos de esos instrumentos para nosotros mismos.

No queremos decir con esto que la tarea sea imposible, desde luego que no lo es, y desde luego que por ingente que sea la tarea es más que necesaria. Y aunque es cierto que la crisis y las nuevas tecnologías han provocado cierta involución debido al auge del individualismo, no es menos cierto que cada vez hay más personas que están concienciadas de que una parte de la sociedad no puede sustentar sus privilegios en base a la opresión de la otra.

Cambiar los roles sociales es algo muy complicado, pero no imposible. Estos roles están insertos en nuestra vida diaria, pero una sociedad machista es mala para todas y para todos. Porque estamos convencidos de que la educación es la única garantía de un mundo mejor: coeducación y educación inclusiva. Por una sociedad en la que quepan todas las personas.

Noticia en: https://www.laopiniondemurcia.es/opinion/2017/01/20/educar-igualdad-31948519.html

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