Manifiesto 25 de noviembre de 2003. ¡Estamos hartas!

Es verdad que vivimos en una sociedad violenta. La violencia forma parte de nuestras vidas: estructuralmente, porque sostiene y perpetúa el sistema –venta de armas, narcotráfico, guerras, invasiones, expolios…-; y simbólicamente, porque ni siquiera percibimos como violencia lo que nos machaca cada día: condiciones laborales, sexismo en sus diversas formas, información sesgada e interesada, etc.

Afortunadamente, de las múltiples formas de violencia que padecemos las mujeres en este sistema androcéntrico y sexista –anuncios, contratos precarios, falta de paridad, tráfico de mujeres, empobrecimiento, prostitución, etc.- hay una, tan extrema, que vamos percibiendo como una forma específica de violencia contra las mujeres: el asesinato. 

Al menos hemos avanzado en eso. La violencia física contra las mujeres -el maltrato y el asesinato-, se va percibiendo por la sociedad como algo inadmisible e injustificable. Pero poco más.

Estamos hartas. No de la “violencia de género”, que se diluye en conceptos abstractos que parecen no tener nada que ver con nuestras vidas. Estamos hartas de que miles de mujeres sean maltratadas cada año por sus compañeros. Estamos hartas de que a las mujeres las maten los hombres. Porque es así. Sólo mirando de frente el problema, podremos intentar solucionarlo. Las mujeres son asesinadas por sus compañeros, maridos, hijos, vecinos, etc. Estamos hartas de salir a la calle, de pedir una ley integral, de plantear la necesidad de un modelo coeducativo como forma de prevención de la violencia, sin que se nos oiga. Estamos hartas de que los políticos salgan al paso de los asesinatos de mujeres, con meras declaraciones que sólo persiguen la rentabilidad política.

Estamos hartas de tanta violencia cotidiana. Es fundamental que las mujeres, y también los hombres, percibamos como violencia todo aquello que nos agrede cada día. Es necesario que transgredamos, interna y externamente, el orden establecido: no es peor estar sola que con un maltratador, no es peor mostrar la debilidad y los sentimientos que ejercer la fuerza destructiva para mantener el esquema dominio-sumisión que caracteriza la mayoría de las relaciones entre hombres y mujeres.

Las mujeres, tradicionalmente, estamos vinculadas a la vida: a su reproducción y a su cuidado; no por esencia, sino porque esa ha sido nuestra historia. 

La vida es un valor. Nuestra vida, también. Las 84 mujeres asesinadas en lo que va de año tenían una vida, ilusiones, expectativas, que han sido destruidas sin sentido por la violencia machista.

En su prevención y erradicación estamos implicados todos y todas. Los agentes sociales y la clase política más; porque, de seguir así, sin los recursos necesarios y las medidas políticas oportunas, muchas nos moriremos, con suerte, de viejas, denunciando cada 25 de noviembre la violencia contra las mujeres.

Laura Villafuerte Rodríguez
Responsable de la Organización de Mujeres de la Confederación de STEs-i

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