Contra la mistificación del feminismo, más feminismo de clase.

| Juana D. Peragón Roca |
USTEA Jaén

En febrero de 1963 aparecía en USA un libro que supuso un hito en la historia del feminismo y que se ha considerado pórtico de la tercera ola feminista. Se trata de La Mística de la Feminidad, de Betty Friedan, en la que la autora define a la familia como “un confortable campo de concentración para la mujer” y denuncia cómo lo que identificamos como “feminidad” no es sino un estadio de inmadurez y dependencia en el camino hacia una identidad plena de la mujer como individuo. Terminada la segunda guerra mundial, y reincorporado el varón a los timones de la sociedad, la familia tradicional recibe un extraordinario impulso por parte del sistema como forma ideal de organización social. Pero para relegar de nuevo a la mujer de la época al interior del hogar, se requería de una formidable propaganda que las indujera a asumir con gusto que ese era el lugar idóneo para ellas y el único donde realmente su naturaleza les permitiría realizarse. Desde su frustrante experiencia personal, Friedan se aplica a desmantelar las falacias de esta propaganda, poniendo en evidencia las contradicciones que, precisamente en contra de su propia naturaleza humana, las mujeres se ven obligadas a afrontar cuando asumen como el culmen de la realización personal el rol de ama de casa perfecta, y denunciando las consecuencias devastadoras, sobre todo a nivel psicológico, pero también social, que este programa de vida tiene.

A finales del siglo pasado, no obstante, esta unidad de destino de la mujer con su familia, que implica toda renuncia a un destino personal, y que sirve de base y sustento al modelo de la “sagrada familia” o familia tradicional, el preferido universalmente por el patriarcado, entra en crisis, como consecuencia por un lado de las luchas feministas, que comienzan a dar sus frutos, y de las demandas del movimiento LGTB, que están crujiendo las costuras de la familia tradicional presentando como un hecho consumado nuevas formas de pareja y convivencia. Por otro lado, sobre todo, la familia tradicional está dejando de ser la forma de organización reproductiva ideal para el capitalismo globalizado, así que los pilares que la sustentan-como el concepto de feminidad denunciado por Betty Friedan- dejan de ser intocables y se vuelven susceptibles de ser redefinidos.


Es cierto que las formas de organización laboral del capitalismo globalizado chocan cada vez más con las formas de funcionamiento de la familia tradicional. Los avances técnicos y el espectacular desarrollo del transporte han convertido la deslocalización, junto a una vertiginosa intensificación de la producción y el consumo, en uno de los instrumentos fundamentales para que el capital aumente sus márgenes de ganancia. Todas sabemos que deslocalización implica paro estructural y éste, precariedad laboral: salarios reducidos que vuelven otra vez “lógico” y aceptable el que la mujer abandone su rol “natural” de ama de casa y contribuya con su salario a la unidad familiar como única forma de llegar a fin de mes para muchas familias. También la precariedad implica para el trabajador disponibilidad horaria total, así como geográfica. A las multinacionales, más que un padre/madre de familia ejemplar, les conviene una mano de obra desarraigada, libre de cargas familiares que le impidan trasladarse fácilmente y en pocas horas de residencia o que le resten disponibilidad en periodos vacacionales o a horas intempestivas o no reguladas en contrato, circunstancias francamente poco compatibles con la formación de una familia y la crianza de hijos. Así es como la nueva mano de obra precarizada e hiperproductiva pospone la formación de una familia hasta edades maduras, cuando no desiste directamente de hacerlo.
Todo este proceso, para hacerse soportable, requiere de la creación de nuevas formas de sentimentalidad, nuevas relaciones interpersonales y, por supuesto, de una nueva feminidad. Y a ello se aplica con fruición la cultura de masas desde los años 90:

  • Con la promoción, también en el terreno de las emociones y las relaciones humanas, de modas y hábitos de consumo basados en la instantaneidad, la avidez por la novedad y, consecuentemente, el derecho al “desecho” (“pasar página” se ha convertido de algo traumático en algo cotidiano, y estrenar a toda costa, como una afirmación vital).
  • Con la caricaturización del modelo de familia extensa y el desplazamiento de la familia tradicional como núcleo primero y principal en el desarrollo de afectos y relaciones al ámbito laboral. (Las comidas navideñas con los compañeros de trabajo tienen ya la misma preeminencia, e incluso son más relatables, que las que celebramos con la familia)
  • Con la identificación de la inestabilidad sentimental con la libertad personal, y el mandato de vivir intensamente el momento, se libera al trabajador actual de engorrosos compromisos humanos, al quedar sancionado socialmente el gusto por el “low cost” y la novedad permanente en las relaciones sentimentales. Todos ellos son temas de fondo en exitosas series de TV, en el cine, la música, cierta literatura, la propaganda, etc.

nos encontramos en un momento crucial: la reelaboración del modelo de feminidad, junto con la construcción de una identidad para la mujer en la que, por primera vez en la historia, y gracias al feminismo, podemos participar las propias mujeres. Y antes de que tomemos la iniciativa nosotras, el patriarcado ya está en ello, aliado con el capitalismo globalizado y con toda su potente maquinaria en marcha

En definitiva, nos encontramos en un momento crucial: la reelaboración del modelo de feminidad, junto con la construcción de una identidad para la mujer en la que, por primera vez en la historia, y gracias al feminismo, podemos participar las propias mujeres. Y antes de que tomemos la iniciativa nosotras, el patriarcado ya está en ello, aliado con el capitalismo globalizado y con toda su potente maquinaria en marcha:

  • Centrando los debates en cuestiones superfluas que distraigan la atención incluso de las propias feministas, como lo apropiado o no del atuendo de una presentadora durante la nochevieja, y consiguiendo restar tiempo, espacio y energías a los debates realmente transformadores.
  • A través del formidable resorte del consumismo, de perversos efectos aplicado al discurso feminista. Como ya señalara Friedan, manipulan el instinto de creatividad y de proyección social innato en todo ser humano, también en la mujer, para que ambos sean volcados y satisfechos a través del consumismo. El acto de comprar se vuelve el acto de ser, un acto total, cargado de connotaciones (eróticas, clasistas, lúdicas, estéticas, humanitarias, etc.) donde lo importante sobre todo es salir a comprar, gastar, participar de la ceremonia del consumo, a través de la que se obtiene una identidad que nos define. Cada cual, y como corresponde a una sociedad de clases, ordenadamente y según su nivel económico, por encima de consideraciones de edad, género, etc. acude a los chinos del barrio o a la boutique del barrio. El centro comercial deviene espacio simbólico privilegiado para interaccionar socialmente. En su interior alberga espacios de consumo diferenciados bajo una ilusión de unidad, solidaridad y comunión social: quienes suben a comprar a Dior comparten escalera mecánica con las clientas del Primark. Es más, ocasionalmente vemos a ministras y aristócratas luciendo un aprenda de Zara, mientras que una obrera puede comprarse para una ocasión memorable un “rouge” de Chanel. La ilusión es total, la perversión, también: el consumismo nos hace, creemos, iguales.
    Se trata de desviar hacia lo individual cualquier demanda de igualdad, obviando las indispensables alianzas, la camaradería, la irrenunciable demanda de extensión a todas las mujeres de las conquistas del feminismo, la solidaridad en fin que cualquier movimiento emancipatorio debe practicar para triunfar y que en el feminismo llamamos sororidad. El “cámbiate a ti misma y cambiarás el mundo” es halagador, pero falso. Hace falta algo más que un ejercicio de voluntad personal y solipsismo para cambiar el mundo. El señuelo que se nos ofrece de mujeres que han conseguido destacar, especialmente en terrenos tradicionalmente reservados a los varones, no puede ocultarnos el hecho de que esas triunfadoras han contado en su mayoría con unas circunstancias excepcionales y que, en cualquier caso, su excepcionalidad sigue dependiendo de que el resto de mujeres asuman por ella la parte del rol femenino que han abandonado para tener tiempo de triunfar.
  • También el patriarcado retuerce en beneficio propio la crítica que el feminismo hace a la histórica subalternidad que las mujeres hemos padecido, y pretende diluir la exigencia de visibilidad, equiparación y acceso a las elites de la mujer en mera competitividad -casi siempre entre nosotras mismas, por cierto- en feroz darwinismo social y egoísmo primario: “porque tú lo vales” “ahora es tu momento” “quiérete a ti misma”. Astutamente, el patriarcado ha comprendido que debe hacer concesiones, y consiente algunas de las reivindicaciones feministas, volviéndolas siempre que puede a favor del capitalismo globalizado y el consumismo: el acoso sexual y la brecha salarial en el ámbito laboral, la falta de libertad de movimiento a la hora de utilizar los espacios públicos o viajar, la demanda de mayor autonomía sexual y emocional, la aceptación de modales y conductas diversos más allá de los establecidos como netamente femeninos, etc…

La asunción del patriarcado de estas reivindicaciones feministas (y positivas para todas, no lo ponemos en duda) para incorporarlas al proyecto de la nueva feminidad del siglo XXI, tiene la virtud de, además de generar grandes consensos y adhesiones entre la población, relegar a las zonas más oscuras del debate, y a la categoría de utópicas o radicales, otras demandas que también forman parte del programa clásico del feminismo, pero que estorban a una organización capitalista y patriarcal de la sociedad: la sostenibilidad medioambiental, una organización pública que libere a la mujer de la responsabilidad de las tareas de reproducción y cuidados, la extinción del negocio del sexo y la trata de seres humanos, etc.

Oportunamente, en esta coyuntura crítica, vuelven a la escena mediática y social corrientes de opinión que creíamos superadas y que pretenden hacer tabla rasa de todos los feminismos, alzándose como defensoras incluso de la sagrada familia tradicional. Ello confunde y desquicia aún más el debate, contribuyendo a que el feminismo mistificado se contemple como el único posible estos momentos, cubriéndolo incluso de una pátina de heroísmo, tildando de radical a cualquier otra práctica feminista y teniendo como consecuencia que nosotras mismas, al compás de la actualidad que nos marcan los sucesos que a los medios les interesa destacar, releguemos la parte realmente revolucionaria, transformadora, emancipatoria de la lucha de las mujeres a un lejano y siempre por venir futuro.

Pero no olvidemos las mujeres que debemos aprovechar para intervenir como protagonistas el momento crucial de crisis de la familia tradicional y de construcción de nuevas relaciones y nuevos modelos de feminidad y masculinidad y de que, más allá del feminismo mistificado y tutelado que el patriarcado está dispuesto a permitirnos practicar, el feminismo de clase es la herramienta eficaz para librarnos de distracciones y de desviaciones en nuestro camino hacia la construcción de una individualidad emancipatoria, gratificante, ecológica, solidaria y verdaderamente humana para todas, que es a la que aspiramos las feministas de clase, a veces conocidas como “radicales”.


Este artículo se publicó en El Clarión nº 51 Especial 8 de marzo 2019 http://organizaciondemujeres.org/el-clarion-no-51-especial-8-de-marzo-de-2019/

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