| Juana de Dios Peragón Roca |
USTEA Jaén.
En el diccionario de la RAE aparecen hasta 10 acepciones del término “enredar”:
- Prender con red.
- Tender las redes o armarlas para cazar.
- Enlazar, entretejer, enmarañar algo con otra cosa.
- Meter discordia o cizaña.
- Meter a alguien en obligación, ocasión o negocios comprometidos o peligrosos.
- Entretener, hacer perder el tiempo.
- Revolver, inquietarse, travesear.
- Dicho de un asunto: complicarse al sobrevenir dificultades.
- Aturdirse, hacerse un lío.
La mayoría de las acepciones conllevan connotaciones negativas que nos avisan sobre los peligros de enredarnos en algo que nos va a terminar confundiendo, haciendo perder el tiempo o que nos va a complicar la vida. Las tres primeras, sin embargo, nos evocan metafóricamente un quedar prendadas por una causa junto con otras compañeras involucradas en ella, fortaleciéndonos unas a otras en esa red común. Desde esta perspectiva, y aplicado a la lucha feminista por la igualdad, enredarnos se nos presenta como una tarea compleja, no exenta de riesgos y que debe tejerse delicadamente en la buena dirección.
Enredadas en polémicas.
La magnitud y dificultad de la lucha feminista es tal que desde sus orígenes se ha visto seriamente obstaculizada no sólo en sus grandes frentes de batalla, sino incluso en los aparentemente intrascendentes. No en vano se trata de subvertir una de las estructuras fundamentales del poder, vertebradora del desarrollo y evolución de la civilización humana, esto es, el mecanismo de adscripción de las tareas de reproducción de la especie a un sexo, mecanismo con una dimensión universal y, hasta ahora, atemporal. Conforme la civilización se ha ido haciendo más compleja, dicho mecanismo ha ido sofisticando sus herramientas de dominio, pasando de la cachiporra o mayor fuerza física (y bruta) del homo sapiens cavernícola a las técnicas empleadas para conseguir la entusiasta aceptación por parte de muchas mujeres de cualquier edad y condición de la talla 38, los tacones de 25 centímetros, el perineo perfectamente depilado o el uso normalizado de las intervenciones quirúrgicas en busca del tiempo perdido como un triunfo absoluto del yo femenino y, en los últimos tiempos, incluso del yo feminista.
Por eso tenemos que andar avisadas. No enredarnos en polémicas estériles, que nos hacen perder nuestro valioso y solicitadísimo tiempo, y que solo terminan remitiéndonos al eterno y patriarcal “¿qué demonios quieren las mujeres?” Polémicas que van desde asuntos aparentemente banales -aunque de gran calado simbólico- y que se convierten, con sus ribetes ridículos, en los preferidos por los medios de comunicación y las redes sociales (como el vestido de Nochevieja de Cristina Pedroche o la oportunidad de Beyoncé como icono feminista) hasta asuntos más abstractos o teóricos, en los que suele deleitarse el feminismo académico, aunque poco rendimiento dejan en los problemas acuciantes y diarios de las mujeres “de a pie”. Me refiero, por ejemplo, a la discusión sobre si la lucha por el objetivo común de la no discriminación de una persona en cualquier ámbito de su vida por motivos de su género -que esto es lo que entendemos básicamente como objetivo del feminismo- debe nombrarse en singular o en plural.
¿Feminismo o feminismos? ¿debe sacrificarse la claridad y univocidad final de la lucha a la inclusión nominal de las diferentes combatientes? ¿tan importante es dejar claro ya desde el nombre que se lucha en el mismo bando, pero desde diferente trinchera? ¿hasta el punto de enfangarnos en interminables debates que llegan a adquirir tintes epistemológicos e incluso provocan deserciones? ¿No estamos levantando contradicciones donde no las hay y dándole al patriarcado argumentos para entremeterse con las peores intenciones disolventes en nuestra red? ¿Es diferente, hasta el punto de necesitar ser nombrado explícitamente, el objetivo que persigue el feminismo que se practica desde una opción sexual homo al que se persigue desde la heterosexualidad? ¿Hasta el punto de romper la red e irse con la propia a pescar en otros mares o competir en el mismo? Seamos buenas estrategas, prioricemos batallas, repartamos bien las fuerzas: hay unas cotas mínimas de poder que debemos alcanzar entre todas para poder derribar -o ir sustituyendo- las estructuras patriarcales y construir nuevas relaciones culturales, políticas, económicas, etc. desde donde abordar, en una segunda instancia, los conflictos diversos que las diferentes características y coyunturas de las mujeres ponen sobre el tablero de la lucha feminista. Hay asuntos que debemos abordar primero, con todas nuestras fuerzas y una visión global y a largo plazo: el capitalismo y su feroz proyecto individualista y depredador de ser humano o la laicidad de las sociedades, los primeros: esto es por ejemplo lo que verdaderamente nos interesa en la polémica del burkini, más allá de discusiones metafísicas sobre el alcance de la libertad personal.
Seamos buenas estrategas, prioricemos batallas, repartamos bien las fuerzas: hay unas cotas mínimas de poder que debemos alcanzar entre todas para poder derribar -o ir sustituyendo- las estructuras patriarcales y construir nuevas relaciones culturales, políticas, económicas, etc. desde donde abordar, en una segunda instancia, los conflictos diversos que las diferentes características y coyunturas de las mujeres ponen sobre el tablero de la lucha feminista. Hay asuntos que debemos abordar primero, con todas nuestras fuerzas y una visión global y a largo plazo: el capitalismo y su feroz proyecto individualista y depredador de ser humano, (…)
¡Socorro! ¡que viene el postfeminismo!
El patriarcado nos tiende sin cesar lazos en los que enredarnos: el último, la retórica de género neoliberal denominada “postfeminismo”. La letra de esta canción es la misma de siempre: el feminismo es sectario, ya no sirve, la guerra de sexos es ficticia, asunto de tristes, amargadas, básicamente feas. La música se compone con los siempre halagadores acordes del individualismo, esos que apelan a nuestros más egoístas instintos y a la biológica tentación de tirar por el camino fácil, simplista, el que nos ponen más a la mano: por ejemplo, cambiar una misma antes que cambiar el mundo, tarea lejana, afanosa, uf, utópica. Sheryl Sandberg, directora operativa de Facebook, madre de dos hijos, afirma con desparpajo: “Los verdaderos enemigos de la mujer son los frenos que ella misma se pone”. ¿Ella misma? ¿de verdad, Sheryl, formada en la elitista universidad de Harvard para ser parte de la elite ? ¿serán los manuales de autoayuda, las sesiones de yoga, tai-chi o chikung, la educación sentimental recibida a través de exitosas series de la HBO como “Girls” lo que acabe con la discriminación y explotación milenaria que sufrimos las mujeres?¿vale la receta de Sandberg para los problemas de todas las mujeres, también para las que ni siquiera sospechan que exista un techo de cristal, ocupadas como andan por sobrevivir sobre el hostil suelo de la precariedad, la violencia de género, el machismo brutal sin paliativos “micro”?
Para el postfeminismo, la elección propia es lo fundamental y las mujeres postfeministas han “decidido” tenerlo todo: una vida sentimental plena, una familia encantadora, un desarrollo brillante de su profesión, incluso, si esa es su elección, una vida emancipada y feliz como actriz porno o prostituta. Sus iconos demuestran a las mujeres que no son capaces de “tenerlo todo” que la culpa es, básicamente de ellas mismas, y a las feministas que abordan el asunto desde una perspectiva marxista,teniendo siempre presente condicionantes económicos, eluyendo el caso particular y enfoncándolo como conflicto de explotación de un género por otro, agravado por otros conflictos de clase, raza, etc. como mujeres “enredadas” en análisis y prejuicios de otras épocas. Sarah Palin, Soraya Sáez de Santamaría, Amarna Miller están ahí para recordarnos cuán equivocadas estamos. Se puede ser icono femenino del siglo XXI, se puede incluso ser postfeminista de éxito, y ser ultracatólica, ultraneoliberal y “puta empoderada” ¡Y nosotras, viejas feministas al uso, enquistadas en la creencia de que la libertad para disponer de nuestro cuerpo le sirve al feminismo para interponerlo en una manifestación proabortista o si lo usamos en el sentido que lo hacen, por ejemplo, las femen y no para hacer caja con él!
Así es que tendremos que andar avisadas para no caer en los señuelos que nos tiende el patriarcado. Tendremos que seguir tejiendo redes de solidaridad en torno a lo que nos importa, tendremos que agrupar fuerzas para cambiar las condiciones materiales y estructurales que nos obligan a las mujeres a soportar discriminaciones y a convivir incluso a veces con violencias de género, las condiciones que normalizan en cada generación abusos de poder a través de nuevas modas y costumbres, de ritos que conducen nuestro cuerpo y nuestra sentimentalidad, nuestro destino, por los caminos que al patriarcado le interesa que transitemos.
Tendremos que promocionar y aferrarnos a modelos de mujer en las que esta lucha por la igualdad quede clara, sin contradicciones, sin ambigüedades. Las incoherencias minan nuestra lucha, la frenan, nos hacen perder el tiempo , nos desencantan, nos dividen. Los logros personales deben enmarcarse en un proyecto solidario, que sea útil para todas, pues realmente solo lo que nos sirve a todas debería llamarse con propiedad feminista.