| Fermina Bardón Álvarez |
Organización de Mujeres de la Confederación Intersindical.
Es sabido que el sistema por el que actualmente se organizan económica y socialmente las sociedades occidentales – entre ellas, la nuestra – es el capitalismo. Uno de los objetivos fundamentales de cualquier sociedad, incluida la capitalista, es sobrevivir, reproducirse en el tiempo, y para ello es imprescindible atender y satisfacer las necesidades básicas de la población: alimento, vestido, vivienda, cuidados, afectos… En el capitalismo, el mercado ocupa un papel central; una gran parte de los elementos que satisfacen nuestras necesidades se obtienen a través del mercado y por medio de dinero.
Hay dos vías de obtener el dinero: una pequeña parte de la población lo posee de entrada, posee capital, pero la gran mayoría de la población se ve obligada a ofrecer lo único que tiene, es decir, su fuerza de trabajo para obtenerlo. En resumen, todas las personas tenemos necesidades vitales que cubrir; el sistema capitalista tiene, sobre todo, prioridades económicas que se sustentan en una base reproductiva invisible, no monetizada, y gestionada por las mujeres. Es en los hogares donde tienen lugar las actividades que realizan gratuitamente las mujeres para criar y mantener personas saludables, con estabilidad emocional, seguridad afectiva, características sin las cuales sería imposible no sólo el funcionamiento de la esfera mercantil, sino ni tan siquiera la adquisición del llamado capital humano. Este sistema, perverso para las mujeres, naturaliza la división sexual del trabajo y considera la familia nuclear como el ideal donde el hombre es el proveedor, el ganador del pan, de cuya actividad se desprenden los derechos sociales para él y su familia. La mujer sólo podrá disfrutar de los derechos derivados de su estatus de esposa y ama de casa.
Desde el feminismo se ha debatido, y aún no está cerrado el debate, sobre qué es y qué no es trabajo y se ha intentado cuestionar la centralidad de los mercados, revalorizar lo femenino oculto y avanzar en la elaboración de un discurso alternativo, no dicotómico ni jerárquico. Todavía no se ha encontrado un término que sustituya y trascienda al par trabajo/no trabajo pero sí que hay algunas sugerencias a tener en cuenta. Por ejemplo, cualquier actividad encaminada al sostenimiento de la vida, como el trabajo de cuidados y reproductivo, debería ser tenida en cuenta.
Las tareas que comprende el trabajo reproductivo se podrían agrupar en cuatro grandes bloques:
1. Cuidado y mantenimiento de la infraestructura del hogar, limpieza, alimentación familiar, orden general, compras, etc.
2. Cuidado y atención de la fuerza de trabajo presente, pasada y futura, es decir, el cuidado de todas las personas de la familia, dependientes o no, que conlleva trabajo social, educativo, sanitario y psicológico. La dependencia puede ser por edad, por salud o psicosocial; esta última se relaciona con la socialización que reciben los hombres que no aprenden a cuidar ni a cuidarse y se hacen dependientes de los cuidados ajenos, mayoritariamente de las mujeres, para su subsistencia en la vida cotidiana.
3. Organización y gestión del hogar y la familia, mediación entre la familia y los servicios públicos o privados existentes, como relación con el colegio, centros médicos, matriculación, etc.
4. Representación conyugal. Se refiere a aquellas actividades que tienen que ver con los vínculos y relaciones afectivas y sociales de la pareja, como celebraciones, aniversarios, contactos con familiares y amigos…