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Mientras la UNESCO hace guías desde hace décadas para nuestra inclusión en el lenguaje, los miembros de la RAE siguen pensando que el lenguaje inclusivo es eso de acabar las palabras en -e, en -x  o en arrobas

Artículo de Barbijaputa en eldiario.es

«No hay razón para pensar que el género masculino genérico excluye a las mujeres», ha dicho sobre el masculino  genérico Darío Villanueva, director de la RAE, y uno de los encargados de presentar el nuevo libro de estilo que la institución.

La propia historia de la RAE es un ejemplo de cómo de excluidas estamos las mujeres de la lengua. Una representación mísera que no es casual ni arbitraria.

La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) no opina lo mismo, por eso podemos encontrar guías de lenguaje no sexista desde hace décadas. Por ejemplo, en esta de 1999, además de recomendaciones para un lenguaje no excluyente, deja constancia de una obviedad que los señores de nuestra sacrosanta academia se empeñan en negar e invisibilizar: «El lenguaje no es una creación arbitraria de la mente humana, sino un producto social e histórico que influye en nuestra percepción de la realidad. Al transmitir socialmente al ser humano las experiencias acumuladas de generaciones anteriores, el lenguaje condiciona nuestro pensamiento y determina nuestra visión del mundo. Los prejuicios sexistas que el lenguaje transmite sobre las mujeres son el reflejo del papel social atribuido a éstas durante generaciones». 

No sólo se empeñan en negar esta realidad (que a ellos por supuesto no les afecta) sino que no es raro encontrar a sus miembros en redes y artículos haciendo parecer ridículas a las personas que la señalan. Endiosados como suelen, los académicos, se arrogan el poder que no tienen para anular e intentar ridiculizar cualquier movimiento o lucha contra la discriminación. Así que sí, mientras la UNESCO hace guías desde que éramos pequeñas para nuestra inclusión en el lenguaje, la RAE sigue pensando que el lenguaje inclusivo es eso de acabar las palabras en -e, en -x  o en arrobas.

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La lengua es el vehículo del pensamiento, y no sólo puede ser machista, también homófoba, racista, etc. Por mucho que se empeñen los señores en eximirse de responsabilidades al respecto, ya no van a engañar más que a los que quieren ser engañados. Por más que repitan que ellos sólo recogen el uso de las palabras y nada más, la realidad es otra y además accesible para cualquier que tenga a mano un diccionario o Internet. Vamos a poner un par de ejemplos de cómo el lenguaje, más allá de ser excluyente, puede ser machista. Ejemplos que no hace falta buscar fuera del propio diccionario:

cocinillas

Tb. cocinilla.

1. m. coloq. Esp. Hombre que se entromete en las tareas domésticas, especialmente en las de cocina.

2. m. y f. coloq. Esp. Persona aficionada a cocinar. U. t. c. adj.

La propia definición que dan a  cocinillas es marcadamente machista.  No solo la definen, sino que hacen un juicio: el hombre que hace tareas domésticas se está entrometiendo en labores que no le corresponden. Y además, está colocada en primer lugar. Ya, después, como segunda, está la acepción que conocemos y usamos a día de hoy.

También tenemos  putón.

Del aum. de puta. 1. m. malson. Esp. Mujer de comportamiento promiscuo y de indumentaria zafiamente provocativa.

La RAE considera un hecho que una prenda puede ser provocativa. Que provoca por sí sola. Esto sólo ocurre con prendas femeninas. No encontrarán ejemplos de ropa de hombres que provoquen absolutamente nada en el diccionario. Mucho menos de manera «zafia».

Hay muchos más ejemplos como este en la RAE, donde no sólo se definen palabras sin ningún tipo de objetividad, sino que perpetúan nuestra discriminación y generan violencia sobre nosotras.

Pero si la institución en sí está llena de hombres cuyo sexo les beneficia a la hora de sentarse en esas sillas, si se han ido eligiendo entre ellos para suplir las que se iban quedando vacías, ¿cómo van a identificar su propio machismo a la hora de pulir, fijar y dar esplendor a nuestro diccionario? Estamos a años luz de que los presentes miembros abran la mirada y reconozcan tanto su machismo como el machismo que desprende su trabajo. Están tan alejados del feminismo y de la lucha por la igualdad, que es más que palpable que cualquier transformación del lenguaje para la inclusión de todas las personas es para ellos una afrenta. Una afrenta a su masculinidad. ¿Qué vamos a saber las mujeres sobre el lenguaje si somos mujeres? Nosotras somos las que somos capaces de vestir de forma zafiamente provocativa, las que nos encargamos de las tareas domésticas. Somo las que, en nuestro conjunto, formamos el sexo débil. Esta última definición sigue apareciendo en nuestro diccionario. Pero, tranquilas, que el sexo fuerte, el de la RAE, aceptó hace unos meses poner una nota (después de miles de reclamaciones y recogidas de firmas), donde admiten que es una expresión con intención despectiva o discriminatoria. Guau. El progreso ya está aquí.

Son necesarias presiones de multitud de frentes para que este pequeño matiz se introduzca. En ningún caso se hace un barrido para unificar criterios, sólo matizan en aquellos casos donde se arma demasiado barullo. En crudo: hay que dejarse los cuernos para que vayan soltando la mano y reconociendo matiz por matiz, definición por definición. Nosotras empujamos y ellos ya van viendo cuándo nos dan una limosna o cuándo se enrocan como los reyes que son.

El lenguaje inclusivo, como su propio nombre indica, no excluye a nadie, pero para esta RAE no va a estar nunca bien visto porque la habitan hombres burgueses apoltronados y privilegiados. Y a sus defensoras nos ven como… qué sé yo, «feminazis», o lo que es lo mismo para ellos: «feministas radicalizadas»

Todavía no han incluido la acepción más influyente y actual de patriarcado ( palabra que resuena hasta en los altavoces en mítines del PP) y ya han perpetrado esta definición de « feminazi«.

En la vida real, como siempre alejada del púlpito de esta gente, feminazi es un término que acuñó un locutor de radio de EE.UU en los setenta para denominar a las feministas que luchaban por su derecho al aborto libre. Según este caballero, el número de abortos en el mundo era el peor de los holocaustos, peor y más numeroso en víctimas que el holocausto nazi.

De esta realidad, la academia fantasea y redefine: una feminazi es una «feminista radicalizada», o lo que es lo mismo: feminista. Porque aunque de esto tampoco se hayan enterado, no hay otra forma de ser feminista que yendo hasta la raíz.

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