Carmen Laforet, la observadora minuciosa y fiel

TEXTO: Rafael Calero (escritor y poeta).

Pasados unos meses, algunos de estos amigos decidieron crear un premio literario para honrar la memoria del amigo muerto. El premio, al que pusieron su nombre, se fallaría el Día de Reyes, en una ceremonia que tendría lugar en el Café Suizo de la capital catalana y a él se podrían presentar novelas inéditas escritas en lengua castellana. En aquella primera edición, un total de 26 novelas aspiraban al premio. Cuando Rafael Vázquez Zamora, secretario del jurado, anunció el nombre de la ganadora, nadie entre el escasísimo público presente parecía conocerla: Carmen Laforet Díaz.

La novela que se alzaba con el galardón de aquella primera edición del premio Nadal se titulaba Nada, y había sido escrita, como decimos, por una mujer, cuando las mujeres brillaban por su ausencia en las letras hispanas, y además, esa mujer apenas tenía 23 años.

Nada es, a día de hoy, y por derecho propio, una de las obras más importantes de la literatura en lengua castellana, una de las más traducidas después del Don Quijote cervantino; sobre ella se han escrito cientos de tesis doctorales y en la actualidad se estudia en prácticamente todos los departamentos de Filología Hispánica de las universidades de todo el mundo. Y sin embargo, su autora, acabó completamente harta de la novela, del premio, del mundo de la literatura, de la fama, del machismo imperante en la cultura franquista y de muchas otras cosas.

Nada es, a día de hoy, y por derecho propio, una de las obras más importantes de la literatura en lengua castellana (…)

Pero retrocedamos al principio de esta historia. Carmen Laforet vino al mundo el día 6 de septiembre de 1921, en la ciudad de Barcelona. Su padre fue arquitecto y su madre maestra. Del matrimonio nacieron otros dos niños, Eduardo y Juan, ambos más pequeños que la niña. Cuando apenas tiene dos años de edad, su padre consigue un trabajo para dar clases en la Escuela Politécnica de Las Palmas, y la familia se traslada a las islas Canarias. Allí vivirá la niña durante los siguientes 16 años de su vida. Allí va a morir su madre cuando ella tiene 13 años.

Allí su padre se volverá a casar con una mujer que, según la escritora, fue como una madrastra sacada de un cuento infantil: fea, gruñona, malvada, cruel. Allí la pequeña Carmen se aficionará a la literatura, buscando una vía de escape a una vida doméstica que se le hace insoportable. Allí la adolescente Carmen se enamora por primera vez con la pasión con la que solo lo hacen los jóvenes. Y de allí tomará en 1939, recién acabada la Guerra Civil, un barco que la llevará de vuelta a la ciudad donde nació, Barcelona.

Tras el verano, se reanudan las clases en la universidad y la joven, que desea estudiar Filosofía, se matricula en la universidad barcelonesa. Durante los dos años que pasa en la capital catalana, se aloja en casa de su abuela, donde también viven dos de sus tíos y sus mujeres. De sus experiencias en estos meses se nutre, en gran medida, su primera y más importante novela, Nada, por más que ella, una y otra vez, niegue, o al menos, trate de minimizar el carácter autobiográfico de la obra.

Como hemos dicho al principio, la jovencísima escritora, que ha escrito su primera obra a ratos perdidos, no sabe muy bien qué hacer para publicarla. El periodista y crítico literario Manuel Cerezales, que había tenido ocasión de leer el manuscrito y le había fascinado, le habla del recién creado premio Nadal y le aconseja que presente el manuscrito. Ella decide hacerlo y el día 6 de enero de 1945, Nada, se alza con el premio.

A partir de ese momento, todo fueron parabienes para la autora y para el libro. Cientos de ejemplares vendidos, entrevistas en los periódicos más importantes de la época, alabanzas por parte de la crítica. Todo resulta absolutamente sorprendente, mucho más tratándose de una persona tan joven, pero su capacidad para usar el lenguaje y para retratar una sociedad que se cae a cachos después de los desastres de la guerra es digna de admiración.

La novela causa tal revuelo que dos pesos pesados de las letras españolas la alaban sin reservas. Azorín, por ejemplo, dice que estamos ante “un libro que viene a ser una cosa nueva en nuestra novelística”, y destaca, entre otras muchas cualidades, su “observación minuciosa y fiel”, “sus entresijos psicológicos que nos hacen pensar y sentir”. Juan Ramón Jiménez, por su parte, le escribe una carta a su autora en la que se puede leer:

A mí me parece que su libro no es una novela en el sentido más usual de la palabra, digo por la anécdota, ni en ese otro más particular de la novela estética, sino una serie de cuentos tan hermosos algunos de ellos como los de Gorki, Eça de Queiróz, Unamuno o Hemingway (…)

Certeras palabras de los dos maestros. Tan certeras que la historia de la joven Andrea, de sus tíos Juan y Román, de su tía Angustias, de Gloria, la esposa de su tío Juan, de la abuela, y de todas las vivencias que acontecen en ese piso de la barcelonesa calle de Aribau, acabará convirtiéndose, junto con La colmena, de Camilo José Cela, en el retrato más certero de la posguerra española.

Tal fue el éxito de la novela que en 1947 fue llevada al cine en una adaptación dirigida por Edgar Neville y con guión e interpretación de la gran Conchita Montes.

Tal fue el éxito de la novela que en 1947 fue llevada al cine en una adaptación dirigida por Edgar Neville y con guión e interpretación de la gran Conchita Montes. Indudablemente la versión cinematográfica no tiene la fuerza dramática de la novela pero teniendo en cuenta que la censura mutiló más de media hora, el resultado final no está nada mal.

Pero volvamos a nuestra autora. No podemos olvidar que es una mujer joven y muy tímida, y todo aquel éxito, toda aquella fama desmesurada, las entrevistas plagadas de preguntas machistas y estúpidas, todo aquello, como decimos, es demasiado para una persona de su edad y de su temperamento.

Un año después de la obtención del premio se casa con Manuel Cerezales, y en pocos años, ya ha dado a luz cinco veces. Mientras tanto, ella no desiste de la escritura, a pesar de que el mundo de los escritores no le atrae demasiado. Compagina el cuidado de los hijos y la vida doméstica con la escritura, levantándose, la mayoría de los días, a las cinco de la mañana para poder escribir. En estas circunstancias escribe y publica su segunda novela: La isla y los demonios. Es 1950. No hace falta decir que media España espera esta segunda novela como agua de mayo. Las expectativas son altísimas. Y la novela, que no es mala en absoluto, no está a la altura de la obra maestra que fue Nada. En ella la autora vuelve a tirar de sus vivencias personales para crear una historia de tránsito de la niñez a la adolescencia, situada esta vez en las islas Canarias.

Tras el relativo fracaso de su segunda novela, la autora no tira la toalla y sigue escribiendo. Cinco años tardará en ser publicada su siguiente obra: La mujer nueva, un libro también con tintes autobiográficos, como el grueso de su obra, en el que cuenta la transformación religiosa que sufre una mujer adúltera y atea en la España franquista. Ella misma, por aquellos días, estaba viviendo una metamorfosis religiosa.

El libro, como no podía ser de otra manera en la sociedad retrógrada en que fue publicado, gozó de un éxito masivo: Premio Menorca 1955, Premio de la Crítica 1956, y se vendió como rosquillas. Y es que a los meapilas del régimen les encantaban este tipo de obras cargadas de moralina beata. No obstante, y a pesar del tufo a naftalina que echa el tema principal de la obra, La mujer nueva es una novela bastante buena, con algunas páginas geniales. Tengo que confesar que disfruté profundamente de su lectura.

Pero la pasión religiosa lo mismo que llegó, se fue. La conversión religiosa de su autora había sido un espejismo, así que las aguas vuelven a su cauce. Mientras tanto, Laforet sigue escribiendo relatos, que van apareciendo en distintas revistas. Y cada vez le cuesta más escribir, y cada vez se siente más infeliz, más desengañada y apática con respecto al mundo de la literatura. A principios de la década de los sesenta anuncia que va a escribir una trilogía que se llamará Tres pasos fuera del tiempo.

En 1963 aparece La insolación, primera parte de dicha trilogía. Ese será su último libro publicado en vida. Dos años más tarde, viaja por primera vez a los Estados Unidos para llevar a cabo una gira de conferencias y lecturas de su obra. La experiencia americana la cuenta en Paralelo 35. El ambiente que se vive en las universidades estadounidenses, que bullen de vida, la hace ver que la suya aquí en España está llena de infelicidad. Ella quiere algo distinto: libertad para pensar, libertad para elegir, libertad para vivir. De este viaje nace su amistad con el escritor Ramón J. Sender, con quien mantiene una profunda relación epistolar. Esta correspondencia acabará viendo la luz en forma de libro en 2003, en un volumen titulado Puedo contar contigo.

En 1970 toma una decisión que marcará el resto de su vida: separarse de su marido. Este acepta con el compromiso explícito por parte de la escritora de que nunca escribirá sobre su matrimonio. A partir de ese momento, la escritora pasa largas temporadas en el extranjero: París, Roma, —donde conocerá a Rafael Alberti y María Teresa León, con quienes entabla una estrecha relación de amistad—, los Estados Unidos, etc.

Y a partir de este momento, la vida se vuelve mucho más importante que le escritura. Como hemos dicho ya no habrá más libros. Aunque acaba por completar la segunda parte de la trilogía Tres pasos fuera del tiempo. Se titulará Al volver la esquina, pero solo será publicada de manera póstuma.

Carmen Laforet murió en Madrid, el día 28 de febrero de 2004, a los 83 años de edad, enferma de Alzheimer, con el cerebro horadado por las sombras de la enfermedad, sin recuerdos, sin saber que, durante un tiempo, ella fue la mujer más importante de la literatura española, (…)

Carmen Laforet murió en Madrid, el día 28 de febrero de 2004, a los 83 años de edad, enferma de Alzheimer, con el cerebro horadado por las sombras de la enfermedad, sin recuerdos, sin saber que, durante un tiempo, ella fue la mujer más importante de la literatura española, la que ocupaba todas las portadas, la que todo el mundo quería entrevistar.

Murió sin recordar que ella había sido una pionera feminista, que había puesto su granito de arena para luchar contra el machismo imperante en la sociedad española de su época, en la cultura, en las relaciones entre los hombres y las mujeres.

Murió sin recordar que ella había sido una pionera feminista, que había puesto su granito de arena para luchar contra el machismo imperante en la sociedad española de su época, en la cultura, en las relaciones entre los hombres y las mujeres. Murió alejada del mundo de las letras, ajena a todo lo que un día representó dentro de la literatura española, ajena a las ventas, a las entrevistas, a las críticas, a la fanfarria y a los mamoneos literarios. Murió sin recordar que Nada, su gran obra maestra, había influido en toda una generación de escritores y escritoras, gente como Juan Marsé, Eduardo Mendoza, Josefina Aldecoa, Ignacio Aldecoa, Carmen Martín Gaite, Nuria Amat, Rosa Regás, Carme Riera y muchos, muchos más.

Si aún no conoces la obra de esta magnífica escritora te recomiendo encarecidamente que busques alguno de sus libros, y te sumerjas entre sus páginas, en su prosa certera, triste y desesperanzada, a veces, pero también luminosa y pulcra, siempre. Te recomiendo que no te pierdas a esta genial escritora, la rara Luz de la literatura española, como diría Juan Ramón Jiménez.

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