La salud de las mujeres y el trabajo

La salud de las mujeres en relación al trabajo ha permanecido invisible durante décadas. Las investigaciones en salud ocupacional iniciadas en la década de los 80 y los trabajos de estudio sobre valoración y exposición laboral a riesgos,  sólo incluían a los representantes de sexo masculino.

| Fermina Bardón Álvarez |
Organización de Mujeres de la Confederación Intersindical.

Estudiar al hombre ha sido para la ciencia médica en general, estudiar al ser humano. En salud ocupacional se consideraba, sin mucha base científica, pero con marcado sesgo de género, que era imposible que las mujeres sufrieran riesgos, ya que las profesiones en las que ellas mayoritariamente participaban (educación, limpieza, cuidados, etc.)  eran muy livianas y de escaso riesgo laboral, mientras que los hombres sí se consideraba que trabajaban en profesiones de alto riesgo como la construcción, la minería o la industria. La mayoría de los estudios, por ejemplo, para determinar los niveles de seguridad de las exposiciones a tóxicos, se han realizado en muestras de hombres jóvenes y los resultados se han extrapolado a las mujeres, sin una evidencia concluyente de su aplicabilidad en el sexo femenino. Frecuentemente, hablar de salud laboral y mujeres ha significado, sobre todo, hablar de problemas relacionados con la salud reproductiva. Poco a poco, y gracias al trabajo de algunas investigadoras e investigadores se han dado pasos en visibilizar las enfermedades de las mujeres que eran causadas por el trabajo realizado, tanto si este era remunerado como si era doméstico o relacionado con los cuidados.difference

Mujeres y hombres difieren en su biología, situación laboral, tipo de ocupación, tareas y roles de género asignados. El rol de género asigna funciones, actitudes, capacidades y limitaciones a las personas atendiendo al sexo biológico. Estas funciones implican riesgos específicos para la salud y en las mujeres tienen su manifestación más evidente en problemas relacionados con la propia identidad, la salud reproductiva, la sexualidad y en problemas derivados con la división sexual del trabajo.

Las diferencias en los riesgos laborales a los que están expuestos mujeres y hombres vienen determinadas en gran medida por la profunda segregación sexual del mercado de trabajo. Existe, por un lado, la segregación horizontal que se da cuando mujeres y hombres trabajan en sectores de actividad económica diferentes; ellas se concentran en sectores marcadamente feminizados, y en profesiones que en parte, reproducen el rol tradicional de cuidadoras, como la educación, la sanidad, la asistencia domiciliaria, el comercio y la hostelería entre otros. Estos sectores se caracterizan por estar peor retribuidos, por una mayor precariedad, por menores oportunidades de desarrollo personal, mayor inestabilidad en el empleo y jornadas más largas. Por otro lado, existe también la segregación vertical que describe la división jerárquica del poder; los hombres ocupan en mayor proporción posiciones directivas y de gestión, tanto en sectores feminizados como masculinizados, mientras que las mujeres ocupan puestos menos cualificados.

Además, las mujeres siguen asumiendo casi en exclusiva las tareas de cuidado y reproductivas en el ámbito privado; el cansancio asociado a las responsabilidades familiares, a la doble jornada y a los ambientes laborales masculinizados que no tienen en cuenta la compatibilidad del trabajo productivo y reproductivo, junto con las cortapisas a acceder a mejores trabajos y a una remuneración social y económica igualitaria, son riesgos muchas veces invisibles, que  tienen importantes efectos en la salud mental y en el estrés de las mujeres.

Incorporar el análisis de género a la salud laboral requiere tener en cuenta todos estos factores en los protocolos de investigación, prevención y evaluación de riesgos para poner de relieve qué efectos producen en mujeres y hombres. Detectar los mecanismos sociales que generan desigualdad en el ámbito de la salud laboral, y reconocer los problemas que afectan específicamente a las mujeres, es un paso imprescindible para avanzar en la cultura de la prevención con perspectiva de género.

En el actual contexto socioeconómico, caracterizado por una crisis del modelo neoliberal capitalista en el que las reglas del juego las marcan los mercados, ávidos de seguir ganando a costa de las personas y su bienestar, en lo que a salud laboral se refiere, no podemos ser optimistas. Las políticas de ajuste del gobierno, los recortes en servicios sociales y en políticas de igualdad contribuyen a un empeoramiento del estado de salud de las mujeres. Al disminuir los ingresos, disminuirá el consumo propio de alimentos y de cuidados, además se verán obligadas a dedicar mayor número de horas al trabajo remunerado y no remunerado: dobles y triples jornadas, con el fin de mantener, en la medida de lo posible, el bienestar de las personas con las que conviven. Existe también un fuerte nivel de endeudamiento en las familias, esto favorece que las trabajadoras y trabajadores acepten recortes en seguridad y en las condiciones laborales por miedo a perder el trabajo. Por otro lado, las crecientes demandas económicas  y sociales nos están conduciendo hacia una sociedad de 24 horas; constantemente se apela a nuestra condición de consumidoras y consumidores para presentarnos esta jornada ininterrumpida y de flexibilidad horaria como una oportunidad para adquirir bienes y servicios durante todo el día. El efecto de los horarios atípicos y la pérdida crónica de horas de sueño  sobre la salud de las personas es muy negativo.

Diversos estudios (Lucía Artazcoz, 2009) han puesto de manifiesto que las mujeres que trabajan más de 40 horas a la semana tienen más problemas de salud que los hombres con la misma jornada laboral. En los hombres, los síntomas de largas jornadas se traducen, sobre todo, en falta de sueño y en las complicaciones que conlleva, pero en las mujeres se asocia además a síntomas depresivos, ansiedad, mayor probabilidad de fumar, hipertensión, sedentarismos y mayor insatisfacción laboral. La repercusión de largas jornadas de trabajo, en una mejor o peor salud de hombres y mujeres, se explica porque las mujeres que trabajan más de 40 horas semanales suelen ocupar puestos poco cualificados y con peores condiciones laborales; en cambio, los hombres con jornadas muy largas suelen ser profesionales liberales, que eligen quedarse a trabajar por que les es enriquecedor y les aporta beneficio.

Del mismo estudio se desprende que la división sexual del trabajo perjudica la salud de las mujeres al analizar la relación entre bienestar físico y psíquico y la jornada laboral desde una perspectiva de género. En este sentido, la investigación concluye que las mujeres en situaciones económicas difíciles son las que se ven obligadas a trabajar más horas fuera y dentro de casa. Parece ser que se cuadruplica el mal estado de salud entre las mujeres que trabajan en empresas y después en las tareas domésticas, se duplica el impacto de las que sufren trastornos psicosociales, pero se quintuplica el riesgo para la salud de las mujeres que realizan muchas horas de trabajo doméstico después de haber realizado otro trabajo fuera de la vivienda.

Parece claro que el trabajo a tiempo parcial, mayoritariamente ocupado por mujeres con la errónea intención de ayudar a conciliar, no contribuye a reducir la desigualdad por género, sino que la perpetúa, porque es una contratación precaria y esto incide directamente en la salud. La salud laboral en relación a las mujeres debe pasar por el reparto del trabajo en el ámbito privado y por una reducción de la jornada laboral, sin recorte del salario, tanto para hombres como para mujeres. Conseguir una sociedad saludable, con trabajadoras y trabajadores sanos requiere la incorporación del análisis de género a cualquier estrategia de promoción de la salud.

Fuentes
- Carmen Valls: Mujeres invisibles. Debolsillo.2008
- Varias autoras: Perspectivas de género en salud. Minerva ediciones.2001
- Web: htt://dempeus.mireblog.com Lucía Artazcoz, presentación de Dempeus per la Salut Pública (2009)

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